Como resultado de una desafortunada muerte por ingestión de un hongo venenoso ocurrida el día de hoy, nos han llegado preguntas desde diversos medios de comunicación. Tras intentar sobreponernos a la triste noticia, comenzamos a atender las consultas, y, al cabo del día, nos hemos quedado con la sensación de que el mensaje es muy difícil de transmitir. El problema no es biológico, es filosófico.
No existe en la naturaleza ninguna realidad que separe a los hongos comestibles de los venenosos. De hecho, lo que para algunas culturas es comestible, para otras es repugnante. Más aún, muchos hongos "venenosos" pueden ser consumidos aplicando ciertos métodos de preparación.
Los hongos venenosos no están emparentados entre sí, no forman una familia, no tienen un compuesto químico en común ni ningún carácter que los distinga como grupo. Esto no quiere decir que no existan. Existen especies de hongos, que entre sus cualidades, tienen la de ser venenosos. Son venenosos por distintos motivos. Clasificarlos como venenosos es un artificio de nuestra utilidad, pero que no refleja mucho de la naturaleza.
Podríamos adentrarnos en la filosofía de las clasificaciones, pero sólo vamos a quedarnos con el ejemplo de Borges en “El idioma analítico de John Wilkins”. Allí, el escritor nos cuenta que los animales se pueden clasificar de la siguiente manera: "(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas." La primera sensación del lector es que esta clasificación es arbitraria y caprichosa. ¿Cómo distinguir a un animal que pertenece al emperador, de un animal que acaba de romper un jarrón? ¿A qué zoólogo de qué universidad podemos llamar para que nos conteste esta pregunta? ¿Tal vez sean las universidades locales muy poca cosa y tengamos que recurrir a grandes y antiguas universidades británicas? ¿O tenemos que entender cuál es la estructura y el fundamento de una clasificación?
Con mayores y menores diferencias y desacuerdos, los micólogos manejamos conceptos de especies. Esto también implica una clasificación, pero en base a ella podemos identificar a los hongos y decir que pertenecen a tal o cual especie, y esto puede verse apoyado por datos moleculares, ecológicos o de otro tipo, ya que se trata de organismos emparentados entre sí. Podemos también saber que esa especie es venenosa, o al menos, que causa determinados síntomas en un gran porcentaje de las personas que ingieren estos organismos. Lo que no podemos, es afirmar que es venenoso, antes de saber a qué especie pertenece. Esa realidad es muy difícil de transmitir, y siempre es interpretada como ignorancia.
Lo que han hecho las culturas, es aprender a identificar las especies más peligrosas de su región. Es por esto que mucha gente tiene conocimientos tradicionales de gran valor, pero con un gran problema: están limitados a la zona donde se originaron. En nuestro país, muchas de esas recetas llegaron de la mano de los inmigrantes: "esto mi abuela lo comía en España". El problema es que "esto", puede no estar en España. Las especies de hongos, así como las de animales, no están distribuidas de manera homogénea en el mundo. No son las mismas precauciones las que tomamos en un bosque templado, que en la selva amazónica. No va a haber leones en la Patagonia, ni osos polares en Brasil.
Amanita phalloides es el hongo que más muertes por envenenamiento ha ocasionado en la historia de la humanidad. Además, es relativamente fácil de identificar. ¿Por qué no indicamos cómo hacerlo, en vez de escribir todo este texto tedioso?: porque cuando lo hacemos, la persona nos dice "qué bien, ya sé distinguir a los hongos venenosos de los comestibles". Más aún, cuando decimos que puede crecer asociado a robles o a pinos (entre otros árboles), nos damos cuenta de que gran parte de la población no tiene el conocimiento para distinguir un pino de un ciprés o de una casuarina. Los árboles a los que llamamos alerces en la Patagonia, no son lo mismo que los alerces de Europa, y los cedros que vienen del Paraguay, no tienen ninguna relación con los del Líbano. Tampoco los hongos que crecen bajo ellos. Esto es sólo una pequeña parte de la complejidad de la materia en cuestión.
Además, están los mitos que carecen de todo tipo de fundamento, sea cual sea el lugar. Hervir a los hongos con un diente de ajo o con un anillo de plata, o de oro, o con una cuchara, para ver si este objeto se oscurece, es uno de los más difundidos. El hecho de que un caracol o babosa se coman al hongo, es usado como argumento de comestibilidad, cuando hay muchas costumbres en la vida de una babosa, que no nos atreveríamos a adoptar. Podemos corroborar la teoría del diente de ajo: juntamos muchos hongos, probablemente no sean venenosos (la mayoría inmensa no lo son) y el ajo no se ennegrece. Aquí el problema es un error de lógica: no nos hemos topado con el hongo venenoso, que tampoco va a ennegrecer al diente de ajo. Cuando lo hagamos, será demasiado tarde para estudiar lógica proposicional.
Como dice un pensador contemporáneo, la filosofía puede no tener las respuestas, pero ayuda a plantear las preguntas correctas. Cómo distinguir a un hongo comestible de uno venenoso, es una pregunta incorrecta. La forma de plantear las preguntas no va a estar en una guía de campo de hongos. Tal vez quedó a un lado cuando nos negamos a estudiar en la escuela la alegoría de la caverna de Platón, la teoría de conjuntos, o las falacias formales. Mientras no recuperemos esas facultades, será mejor confiar en alguien que conozca mejor a los hongos, o, como proponemos siempre desde la Fundación Hongos de Argentina, contentarnos con disfrutar del reino de los hongos sin pensar constantemente si podemos comerlos o no.
Foto: Leticia Terzzoli
El Dr. Francisco Kuhar es micólogo especializado en diversidad de hongos, en particular gasteroides y ectomicorrícicos y aplicación biotecnológica de enzimas fúngicas. Es profesor de micología en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco e Investigador Asistente del CONICET en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV - UNC), miembro de la fundación Hongos de Argentina para la diversidad y Curador de la colección de hongos del Museo Botánico.